Milenario sur

Milenario sur

LA MINDALA ES EL MORAR EN EL SUR MILENARIO
Prólogo: Lourdes Espinel

Bajo la piel turbia del presente hay otras pieles, orgánicas, sensibles, que perviven en la cultura, sosteniéndose casi invisibles hasta que pueden emerger de nuevo y ofrecer esperanza. En esa piel de hoy, la del mercado, las y los campesinos son fuerza de trabajo, obreros del alimento que para sobrevivir hacen una labor demeritada, labrando la tierra para otros. Sin embargo, develando lo que hay bajo esa piel, se descubre que la verdadera labor de la tierra es tejer el hilo entre humanos y naturaleza.

La primera piel carga el peso de la colonia. La segunda, la tercera y las otras más profundas llevan el signo de la emancipación: de allí que el alimento, es decir, las semillas, la siembra, el cultivo y la cocina, sean herramientas de resistencia que labran lo político más que otras dimensiones de la vida.

Allí, en esas otras pieles, ellas y ellos han decidido habitar. Allí, en lo profundo, donde desde hace un tiempo imposible de decir, nuestros pueblos han labrado la tierra, hablado con las plantas y los animales, han visto a otros humanos como verdaderos hermanos unidos por el alimento, tantos invisibles van haciendo de la emancipación su designio.

Al final, parafraseando a ese libertario que es Alfredo Mires, se trata de hallar en el pasado maneras para reconquistar el futuro.

LA FORMA DE QUERER EL TERRUÑO Y MORAR EN EL SUR
Mindala es intercambiar pensamiento y hacer amigos. —Mayor Leónidas Valenzuela de Cumbal
Por: Luis Eduardo Calpa y Diego Bastidas

Los intercambios y la solidaridad plantean la reivindicación de los procesos de autogestión en el territorio. La mindala es una fuerza resultante de una energía acumulada por siglos, cuidada y preservada en un tejido cotidiano de interacción por colectivos y pueblos indígenas y campesinos que hoy se vuelve experiencia viva de solidaridad y comercio justo.

Los intercambios eran frecuentes en la etapa prehispánica, varios cronistas como Cieza de León reconocen la naturaleza de dichos procesos que ponían en evidencia la aplicación efectiva de los principios de reciprocidad y solidaridad del pensamiento andino. Con el paso del tiempo, no se ha borrado la fuerza del “cambeo”, como se le conoce en la cultura popular, a la tarea que desarrollan los portadores de las mindalas en sus actos de compartir productos, hilar amistades, amparar el territorio y consolidar compadrazgos.

Se configura así una auténtica institución biocultural de los pueblos pastos, quillasingas y de otras ascendencias (se supone incluso que los cofanes, inkal awa y la población negra del corredor del Pacífico biogeográfico) se constituyeron en viajeros e itinerantes transformadores de los paisajes culturales en el sur, la crianza de plantas y animales se llevó a las mesas donde se cubría y satisfacía con generosidad y solidaridad el derecho alimentario de todas las comunidades, también mejor preparadas para conocer y ejercer control autónomo de sus territorios. De los aprendizajes de las múltiples crianzas andinas, de la bondad de las formas de intercambio comunitario, de la capacidad de resiliencia de las formas organizativas en el sur, de la fuerza de sus manifestaciones en la cultura, en el alimento, hemos recreado el papel de la mindala para volver a promocionar su papel de cambio respecto de los imaginarios del individualismo y la competencia, para proponer otros referentes como la comunalidad y la solidaridad viva.

Así es, como en el año 2011, con el apoyo de ONU Mujeres en el entonces Programa Conjunto Ventana de Paz, se viene promocionando y realizando el encuentro e intercambio de organizaciones de mujeres indígenas de los Resguardos del Sur. En estos ejercicios han participado los resguardos indígenas de Cumbal, Panam, Ipiales, San Juan, Yaramal; fortalecidos con asociaciones de mujeres y hombres shagreros de Carlosama, Pastas, Guachucal, Muellamues, Colimba, Túquerres; sumada su riqueza con la producción cultural y material de las Asociaciones campesinas del Tambo, San Pedro de Cartago, La Unión, San Lorenzo, Taminango, La Cruz, Sandoná, Yacuanquer; y con representantes de los procesos agroalimentarios de los Corregimientos de Pasto, el Encanto y, en los últimos intercambios, del Movimiento campesino de base “Somos agua de esta tierra” de la Vega Cauca y campesinos apoyados por “Sembrando Paz de Montes de María”.

Esta convocatoria de Cultivando Paz: Mindala Nariño, enriquecida por los participantes campesinos, indígenas y negros provenientes de distintos territorios, se ha constituido en un ejercicio solidario recurrente, del cual se han realizado ya más de diez versiones locales y tres departamentales, donde se han movilizado desde sus vivencias 30 toneladas de alimentos en la versión 2016, 35 toneladas en la versión 2017, contando con la participación de novecientos participantes en el 2016 y mil doscientas personas en 2017.

LA RECONCILIACIÓN
La mindala del año 2017 puso a prueba el espíritu de la reconciliación, dando la bienvenida a la civilidad de las Zonas Veredales, ahora Espacios de Reconciliación y paz de Nariño (Tumaco y Policarpa).

De los diferentes ejercicios de las mindalas resulta un aprendizaje principal: animar y promover la conversación, lo cual plantea entrar en el mundo del otro, desafiar y permitir poner puentes sobre realidades de mundos percibidas desde lentes paralelos. Cuando conversamos, se debilita la condición de omnipotencia individual, permitimos que desde la emoción se transformen las visiones mundo al conversar con el otro. En las conversaciones abiertas sentimos alivio y equilibrio afectivos, porque nos sentimos corresponsables de la construcción del tiempo.

En las mindalas conversamos favoreciendo atmósferas que transforman las mentes, combatimos las raíces humanas del odio. En las conversaciones colectivas tratamos con la espiritualidad y la trascendencia, para entender cómo el afecto nos permite construir sentidos y mundos creados en buen vivir.

En la gestión colectiva del conocimiento, a través de las mindalas, conversamos sobre la importancia de morar en los lugares, apreciar el valor de la diversidad de alimentos aportados por la tierra, reconocer la importancia de los sabores, el valor de las múltiples crianzas, todos ellos representaciones efectivas de todo el amor que tenemos por nuestra vida cobijada en territorios mágicos que existen para compartir, para reconocer al otro, para llegar a donde la justicia no alcanza, para ejercer el soberano derecho a la alimentación sana.

DESAFÍOS
Una colectividad humana con capacidades de transformación y cambio en el campo de Nariño, puede consolidar economías de la solidaridad, las cuales pueden potenciarse como una forma novedosa que permita morar y defender la autonomía del territorio, el cuidado de la diversidad y autonomía alimentaria, constituir un modelo endógeno, con un protagonismo fundamental de los procesos creativos de las mujeres, niñas, niños y jóvenes, respecto de sus derechos y la prevención de toda forma de violencia sobre ellas y ellos.

En las mindalas, en los espacios de formación y acción comunitarios, se proponen fortalecer la reflexión sobre la autonomía, el papel de promoción de las finanzas solidarias, el dinero local, las experiencias de manejo territorial con identidades propias, el afianzamiento de los patrimonios culturales de los pueblos indígenas y campesinos, la recuperación de las cocinas tradicionales, la capitalización y difusión de las experiencias afirmativas de defensa de los derechos, la construcción de experiencias emancipadoras ambientales, las tareas de la conservación y su papel como guardianes de semillas, la participación política de campesinos, indígenas y negros, la organización de centros del saber y arte, y la comunicación, el fortalecimiento de la formación desde la educación popular rural que involucre a las nuevas generaciones con creatividad y esperanza.

Noviembre de 2018.

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