La última cosecha de Guaitarrilla

La última cosecha de Guaitarrilla

Fotos: Alejandro Osses.

Texto: Alexander Almeri Portal.

La espiga, como la del canto religioso, sigue estando dorada por el sol, pero no son los tiempos más brillantes para este milenario cereal. Para quien no lo crea, le basta con visitar Guaitarilla, un municipio en el suroriente de Nariño, donde hoy, como en las épocas de la colonia, las montañas sirven de tierra fértil para la resistencia, solo que ahora esta no es contra los decretos del Virrey, sino contra la inequidad que tiene al trigo al borde de la derrota.

Las manos de don Fidencio Bravo evidencian años y años de batallas por el cereal. La tierra bajo las uñas, los callos en las palmas, los dedos cansados y torcidos. Todo es una muestra de 77 años sembrando, cosechando y luchando por un producto que hoy ha perdido mucho de su valor comercial y de su herencia social y cultural.

Don Fidencio, guatarillense de pura cepa, define su vida alrededor de las espigas que cultiva desde que tenía doce años, cuando su papá lo llevó por primera vez a la shagra. Hoy, casi ocho décadas después, el cansancio ha pasado factura y exige pronto pago. A sus 89 años, Don Fidencio asegura que esta será su última cosecha, pues tanto trabajo y desgaste no justifica los apenas 140 mil pesos que recibe por la carga de 142 kilógramos, menos de 1000 pesos por kilo.Un mercado desequilibrado castiga a los campesinos que siguen trabajando sin maquinaria y protegiendo las semillas ancestrales para favorecer a la industria extranjera. Mientras el país importa cerca de dos millones de toneladas de harina de trigo, la producción nacional no corresponde ni al cinco por ciento de las importaciones, una cifra ilógica para un país productor, donde Nariño es, como lo ha sido siempre, un foco de resistencia siendo el mayor. Y de esa resistencia, Don Fidencio es el estandarte, el capitán, el que aún en los momentos más oscuros ha sabido hacer frente y, armado por su hoz y el amor por sus cultivos, sigue guardando sus espigas con celo paternal.

¿Hasta cuándo podrá? Ahora que la edad le exige el retiro, ¿quién se hará cargo de su legado? ¿Quién creerá que es buen negocio romperse el alma trabajando jornadas interminables bajo la inclemencia del sol, la lluvia y el viento, para recibir apenas 142 mil pesos por una carga?

“El trabajo del campesino puede llegar a ser difícil y traicionero”, asegura él con una sonrisa afable, y añade que, aun así, lo duro no hace menos digna la labor porque, en sus palabras, “en ese mismo campo está la esperanza y el futuro de los jóvenes”.

Resulta irónico que mientras Fidencio y los más de doce mil guaitarillenses ven en el trigo y los pambazos la base de una dieta saludable y el sustento diario, en la ciudad muchos se dejan llevar por tendencias como la del gluten-free, castigando el consumo de harina de trigo, aun cuando en Colombia la prevalencia de esta enfermedad es absurdamente baja. Una excusa para que muchos restaurantes y establecimientos se jacten de tener menús libres de gluten, proteína que, para aquellos que no son celíacos, es indispensable. Pero don Fidencio sigue creyendo en sus semillas y su harina, esperando que el país algún día voltee sus ojos hacia el mágico sur y, sobre todo, que abra su paladar hacia los productos que nacen de nuestro suelo, con el trabajo valiente de campesinos enamorados de su labor.

Pero aun cuando cree en su tierra y su trigo, nada le impide a este agricultor señalar con certeza a los responsables de la quiebra del trigo y las pésimas condiciones a las que se someten quienes viven en y del campo. Para don Fidencio, la culpa de esta funesta situación está en las políticas estatales que crearon condiciones inequitativas para los productores locales frente a los importadores, haciendo más rentable la compra de un bulto de harina importada que el de la harina nacional.

Y es que es hora de dejar a un lado la poesía para ver lo desolador del panorama: las manos de Fidencio se cansan de sembrar, cuidar, cultivar y procesar la harina, haciendo que quizá en unos años las montañas doradas de Guaitarilla dejen de serlo para ser solo montañas, porque no habrá quién quiera cultivar trigo porque para qué, o mejor, para quién.

Pero ahí estará su legado. Por 77 años, este hombre ha llevado en sus manos el sabor y la herencia de semillas como la obando o la chimborazo, y con una sonrisa iluminada como la de las espigas, mete la mano en el bulto, juega con el trigo recolectado y con un dejo de nostalgia dice: “Uno sólo se lleva lo que se come”.

Gracias por tanto, Don Fidencio.

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