Por: Carlos Mario Figueroa Pinillos.
En esta vida hay muchas cosas que nos dividen: la lengua, las costumbres, las religiones. Incluso hasta un simple deporte nos lleva a tomar bandos contrarios. En ese mar de diferencias, la existencia de un barco que nos une a todos es motivo de alegría. Ese barco se llama: comida. Hay comida en Kingston, Cartagena, París, Hong Kong y Nueva York. Sus calles son, en su mayoría, comederos comunales. ¿O descomunales?
Si bien la comida nos hace reunirnos en torno a unos platos e ingredientes, ¿Qué hay de esos platos que en sí son una unión? El ajiaco sin alcaparras no es tan ajiaco. El pescado frito sin patacones y arroz de coco es solo un pescado más. El chuzo desgranado sin salsas no es nada del otro mundo. Así podría seguir esta lista hacía el infinito, sumando platos e ingredientes que dependen de ese “algo” que los haga destacar. Por eso, en el Caribe Colombiano se idearon un nombre que define lo que para los habitantes de esa región es un junte culinario perfecto: matrimonio.
El matrimonio es la unión entre una rodaja de bollo de yuca, o de mazorca y una porción de queso costeño. Una unión sabrosa, nunca insípida, que puedes comer en cualquier frutera* o rincón de las ciudades de la costa. Esta unión de alimentos no es más que otra confirmación que con la comida nos unimos a rechazar todo lo que nos priva de placer.
* En la ciudad de Barranquilla se denomina frutera al lugar comercial que vende fritos (empanadas, deditos, carimañolas, arepa de huevo) y jugos.